viernes, febrero 21, 2014

ESTUDIAR Y LUCHAR, LUCHAR Y ESTUDIAR

Ciencias sociales cubanas: ¿el reino de todavía?[i]
(Wordpress)
Fernando Martínez Heredia (Cubano y uno de los pensadores marxistas latinoamericanos más importantes de la actualidad)
Títulé así mis palabras no solo para rendir homenaje a Silvio Rodríguez, que es uno de los principales pensadores sociales de Cuba y un genial popularizador de las ideas más avanzadas y los mejores sentimientos; también lo hice porque la canción suya con ese título contiene un buen acercamiento a una de nuestras insuficiencias principales, la que sintetiza la palabra “todavía”. Pero ante la realidad del poco tiempo disponible me atrevo a rogarle, a quien quiera tener más idea de mis criterios sobre este tema, que lea “Ciencias sociales y construcción de alternativas”, mis palabras al inicio de un Taller Internacional del Centro de Investigaciones Psicológicas y  Sociológicas celebrado en 2006, que recogí en el libro El ejercicio de pensar.
No repetiré aquí lo que he escrito y dicho acerca del subdesarrollo inducido que sufrieron el pensamiento y las ciencias sociales cubanas a inicios de los años setenta, ni acerca de los rasgos de aquella desgracia. Pero en los análisis que hagamos hoy es imprescindible tener en cuenta que se volvieron crónicos, y que en cierta medida se mantienen todavía. Y se le han sumado otros males, como cuando a inicios de los años noventa no solo naufragó en Cuba el mal llamado marxismo-leninismo, sino que se produjo un alejamiento bastante generalizado de todo el marxismo. A menudo los cambios impulsados se han reducido a puestas al día que no brindan mucho más que buena imagen, pero suelen reforzar el colonialismo mental, y también a permisividades conquistadas. Pero hoy tenemos avances muy grandes. Contamos con mayor cantidad que nunca de especialistas calificados, cientos de monografías muy valiosas, centros de investigación y docentes muy experimentados, y un gran número de profesionales con voluntad de actuar como científicos sociales conscientes y enfrentar los desafíos tremendos que están ante nosotros.
Prefiero, al menos, citar problemas y dar algunas opiniones. Las minorías sumamente valiosas y esforzadas, que frente a dificultades y obstáculos a veces muy grandes han estudiado, investigado, hecho docencia, expuesto, utilizado el marxismo y los conocimientos sociales, y publicado, están lejos de ser emuladas por la mayor parte del sistema de enseñanza, ni por la divulgación que hacen numerosos medios. En contra de todo avance están el conservatismo, la rutina y la inercia; esta última se ha convertido en un mal nacional que ya es comparable al burocratismo por su alcance nefasto. Además, a pesar de tener entre sí diferencias notables, factores con poder han coincidido en no fomentar el hábito de pensar ni el debate a escala del pueblo. En el capitalismo es normal la división entre elites y masas en este como en multitud de terrenos culturales y de la vida, pero en nuestra sociedad eso debe ser inadmisible.
La coyuntura política nos es favorable. El compañero Raúl lanzó una ofensiva política el 1º de enero –secundado por el Vicepresidente Díaz Canel—para la cual convocó también a las ciencias sociales expresamente, y reclamó que se les atienda como tales, por la importancia de sus trabajos. Sería muy doloroso dejar pasar esta oportunidad, a pesar de las dificultades tan serias que tenemos para cumplir con el reclamo.
La tarea es grande. Por ejemplo, desde hace mucho tiempo no existe un pensamiento estructurado que opere como fundamentación del socialismo en Cuba. El predominio del economicismo ha asumido el complejo de cambios sociales, económicos y del mundo ideal que están en curso con un pragmatismo muy descarnado. No se debate sobre economía política, porque no se invoca ninguna. Mientras, lo que se juega es cómo será en el futuro el socialismo en Cuba, o incluso si continuará o no, pero esa actitud es una incitación a no pensar ni investigar, a esperar resultados positivos desde la ideología de que la economía es la locomotora y la guía, o a consumir los pares burgueses de ricos y pobres y de éxito o fracaso individuales y familiares.
Se trata de una ausencia muy grave en sí misma, porque el socialismo solo puede vivir a partir de una intencionalidad que violente la reproducción esperable de la vida social, que en las sociedades que llamamos modernas siempre termina por ser la reproducción del capitalismo. El socialismo solo puede vivir a partir del pensamiento que se ejerce como actitud y actuación superiores, del ser humano que se está desarrollando y creciendo de un modo nuevo y de una sociedad que tiene que ser creadora en innumerables aspectos. El pensamiento y el debate son para la sociedad en transición socialista como el aire que respira para el individuo.
Es necesario y urgente un pensamiento social que sea idóneo para analizar en toda su complejidad la situación actual y las tendencias que pugnan en ella, los instrumentos, las estrategias y tácticas, el rumbo a seguir y el proyecto. Y que contribuya al único modo en que en última instancia es posible el socialismo: el despliegue de sus fuerzas propias y sus potencialidades, y la capacidad dialéctica de revolucionarse a sí mismo una y otra vez. Sería suicida suponer que un pragmatismo afortunado nos salvará: la sociedad socialista está obligada a ser a partir de su praxis, su opción y su conciencia, a ser organizada y, si es posible, planeada. Es necesario elaborar una economía política al servicio del socialismo para la Cuba actual y la previsible, y desarrollar en todos sus aspectos un pensamiento social crítico y aportador, capaz de participar con eficacia en la decisiva batalla cultural que están librando abiertamente el socialismo y el capitalismo.
El socialismo de tipo soviético forzó primero y legitimó después una posición viciada de falsedad acerca de las relaciones entre el deber ser que se proclamaba sin descanso y el comportamiento sometido a todo trance, la simulación, la indiferencia, el oportunismo y los intereses de grupo. Su reino ha sido siempre el de todavía, y su horizonte la supuesta correspondencia  de la actuación con lo que se supone que es posible hacer. Hace cincuenta años, el Che denunció esa falsedad con una pregunta: “¿Por qué pensar que lo que ‘es’ en el período de transición necesariamente ‘debe ser’?”. Y nos dejó un consejo que es fundamental: “no desconfiar demasiado de nuestras fuerzas y capacidades”.
El marxismo ha recibido muy escasa atención, y hemos llegado a que le parezca de mal gusto mencionarlo a los que no se arriesgan a nada que no haya sido orientado o aprobado previamente, y a las víctimas o los seguidores de la avalancha de productos culturales norteamericanos que padecemos, propagadores del modo de vida, los sentimientos, los valores y los pensamientos, de la cultura, en suma, del capitalismo. Ahora que cada vez lo necesitaremos más, no podemos cometer el error de asumir cualquier cosa que se presente como marxismo. Tendrá que ser un marxismo revolucionario, que rescate las ideas de Marx y Lenin y la historia toda de esa teoría, pero dentro de un desarrollo crítico regido por las realidades y las ciencias de hoy, por la primacía de la elaboración teórica, y por la asunción expresa de su función social.
Hoy se vuelve necesario repetir los logros del pensamiento y las ciencias sociales cubanos de los años sesenta, y nada menos que eso nos servirá. Como sucede siempre, habrá que ser muy creativos y muy abiertos y receptivos a las opiniones diversas, pero será de otro modo, enfrentará otros problemas, utilizará otros instrumentos, elaborará nuevas tesis y desempeñará papeles mayores que los que tuvo entonces, en la elaboración cultural de un socialismo complejo, que debe enfrentar un enorme número de aspectos diferentes y desarrollar de maneras nuevas a las personas y la sociedad, y que tiene un enemigo que sigue siendo perverso, pero muestra mucho más desarrollo en su guerra cultural.
A lo largo de todo el país hay buenos estudiosos de las materias sociales. En junio pasado lo comprobamos una vez más, en el Instituto Juan Marinello, en el I Simposio Nacional de Investigaciones Culturales, con más de ochenta ponentes de toda Cuba. He compartido con jóvenes profesores en Santiago de Cuba, Santa Clara, en la mayoría de las provincias del país, y admiro sus ideas, su ansia de conocimientos, su espíritu crítico y su conciencia política, que me llenan de esperanza. Hace tres semanas tuve una hermosa sesión con el Consejo Nacional de la FEU, de discusión profunda y muy honesta sobre los problemas nacionales, de la educación superior y de la organización estudiantil.
Cuba se pone una vez más en movimiento, y los científicos sociales tenemos deberes grandes ante nosotros. Es hora de compartir nuestra formación con los más jóvenes, de enseñar a pensar y a ser culturalmente adultos, de conducirlos en cuanto sea necesario y alegrarnos de que aprendan a conducirse ellos mismos, porque tendrán que llegar a conducir el país. Hay que lograr que el pensamiento y las ciencias sociales se pongan a la altura de lo que la sociedad espera de ellos.

[i] Intervención en el Panel “Ciencias sociales, academia y transformaciones sociales”, del Coloquio de Ciencias Sociales de la 23º Feria Internacional del Libro, Teatro Manuel Sanguily, Universidad de La Habana, 15 de febrero de 2014.

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